Andrés Vargas Ch.
La batalla contra la Covid-19 la perderemos y la derrota se la deberemos a nuestra informalidad, a nuestro espíritu ambulante, a nuestras vidas construidas con valores de calamina. ¿Qué tan informales somos?, pues muchísimo, escandalosamente demasiado.
Nuestra economía, según el Centro de Investigación de Economía y Negocios Globales de la Asociación de Exportadores, tiene un nivel de informalidad que habría llegado al 72% en el 2019, para este año la cifra podría subir 8 puntos porcentuales y esto se considera un paso hacia un profundo abismo. Esta informalidad genera pobreza y esa carencia de recursos tiene un impacto central en la formalización de hogares y la construcción de familias.
La Encuesta Nacional de Hogares del 2017, estableció que a menor riqueza, una mujer era la jefa del hogar, en familias monoparentales mayoritariamente. Ipsos analizó los datos y concluyó que en los sectores socioeconómicos D y E de Lima, era el 38,6% y el 33% de los hogares. Aunque suene peligroso decirlo, en los niveles más bajos del sector urbano, es más difícil formalizar o construir un hogar biparental. Es decir, opinión muy personal, la informalidad en que vivimos también repercute en la forma que nos unimos a nuestra pareja, la forma en que criamos a nuestros hijos, la idea de familia que tenemos.
Ipsos Perú va más allá y nos da un perfil de la jefa del hogar de zonas pobres, ella tiene 48 años en promedio, al menos 3 hijos y trabaja como proveedora de servicios no calificados y en la venta ambulante. Evidentemente no existe una pareja que ayude con la carga económica.
¿Nuestros valores son informales?, me atrevo a decir que sí. ¿Quienes son los paradigmas de nuestra sociedad?, Paolo Guerrero, Jeferson Farfán, Yaco Esquenazi, Alejandra Baigorria, Milet Figueroa y Patricio Parodi.
Los valores chicha o antivalores (el egoismo, el narcisismo, la falta de empatía, ignorancia, egocentrismo, impunidad y otros), son alimentados por una corriente mediática desenfrenada y por escasas políticas públicas que puedan contrarrestar esta situación.
Una encuesta realizada por encargo del Proyecto Especial Bicentenario de la PCM y aplicada en Lima y 16 ciudades del Perú, en el 2019, nos ayuda a ver cómo se compone nuestra prioridad en la aplicación de valores. Para el total de los encuestados, los 3 valores que menos importancia tuvieron son los que más se necesita para superar la pandemia del coronavirus. Sólo el 8% cree que es importante ponerse en el lugar del otro (empatía), otro 12% cree que un valor que se debe practicar en el barrio es confiar en los demás y el 12% piensa que ser honestos.
Los valores de las empresas, clínicas, farmacias y autoridades, que han lucrado con la desesperación de miles de infectados va en contra de la honestidad. La empatía que se requiere para tomar conciencia en que exponernos al contagio significa contagiar a otros y que estos posiblemente mueran por este virus. Se necesita empatía para protegernos unos a otros.Y la confianza es la base de la cohesión social, estos tres valores no han surgido frente a la situación de emergencia nacional. Era previsible.
Nuestra respuesta al Covid-19 ha sido informal, instintiva, sin planificación. Hemos intentado crear una estrategia «muy peruana» para medir el avance del virus. Hemos intentado convertir a la prueba serológica en la estrella de nuestras predicciones y para normalizar nuestra informalidad hemos intentando corregir a la propia Organización Mundial de la Salud, diciendo que nuestro método es mejor. Vaya, somos orgullosos informales, sacamos pecho.